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Pasado, Presente y Contigo

Capítulo 1 «El inicio de un recuerdo»

Es curioso cómo después de repetir una palabra varias veces, ésta deja de tener significado.
Contigo.
Contigo.
Contigo.Muchas noches soñé que te tenía pegada a mi lado, te acariciaba y te daba un beso inocente en el cabello. El recordar el sonido de tu risa y tus ojos grandes y bellos me hacia pensar que la vida hubiera sido muy distinta contigo.

El teléfono suena.
Ya es de mañana y la llamada de algún incauto ha desvanecido mi sueño y su rostro se ha ido. No contestaré.
Es lunes, así que la semana empieza atareada como todas las semanas desde que trabajo en aquella agencia de seguros, ya sabes, la de la esquina cruzando las vías. Llena de llamadas y gente que no es lo suficientemente hábil para maniobrar un vehículo como debe de ser, o simplemente no les importa su vida. En fin, tal vez sepan lo pienso de ellos por el tono de mi voz.
De salida al trabajo me topo con Cristina, mi vecina de junto que no para de escuchar música con el volumen al máximo a altas horas de la noche. ¿Cuándo se le ocurrirá comprarse unos audífonos?.
Me pregunta por mi hermana. No estoy de humor para charlar con ella, así que finjo no escuchar nada.
La calle está inundada por la lluvia y mi único medio de transporte es el autobús 32 que para a tres cuadras de mi apartamento. Con un gesto de disgusto en el rostro, me dispongo a cruzar las calles con riachuelos que fluyen de arriba hacia abajo. Mientras camino pienso en que esto podrá terminar en un baño improvisado de agua puerca y orines deslavados.
¡Oh, por fin! Llegué a tiempo a la parada, el transporte aguarda y como era de esperarse, no estoy del todo seco.
Tomo un asiento al final del pasillo, coloco mi maletín en el asiento al lado y casi de inmediato pierdo la mirada en la ventana tratando de recordar aquel sueño que tuve, la sensación que viví…
Justo ahí apareció ella otra vez. Los ruidos del bus no me impedían escucharla con claridad diciéndome cuanto me amaba mientras le respondía diciendo lo mucho que la extrañaba.
-¡Rayos! Quisiera estar contigo.- murmuro mientras dormito.

Recuerdo cuando nos conocimos. Armando, un amigo en común, nos presentó un día que me los encontré paseando por el parque. Te juro que, aunque he vivido muchas cosas en tan poco tiempo, jamás había visto ojos como los que vi en su rostro aquella vez.
Platicamos hasta altas horas de la noche, se despidió junto con Armando y se fueron.
Desde entonces me obsesioné. Tenía que saber más de ella, conocerla mejor, estar a su lado todo el día; Así que le pedí a Armando que me diera su número de celular para invitarla a pasear, a cenar, a lo que sea. No me importaba lo que quisiera hacer mientras estuviéramos juntos a solas.
Desde luego él se negó y se retiró molesto. No entendí en ese momento por qué, el hombre que se convertiría en su esposo unos años más tarde, se negaba a darme el número de una de sus tantas amigas. No es que él fuera un mujeriego o algo parecido, pero amigas tenía por montones.
En fin.
Claro que eso no me iba a desanimar, pues suelo ser una persona muy persuasiva. Yo la quería conmigo y, por amor, uno es capaz de hacer muchas locuras.
Por varias semanas visité el lugar en el que la conocí con la esperanza de encontrarla ahí, sentada, leyendo un libro, haciendo ejercicio, paseando con amigos, alimentando a la aves o qué se yo. Pero no, ella no volvió a ese lugar jamás…

Ojalá y con el «Jamás» terminara esta historia. Desgraciada y afortunadamente no es así.
Cuando comencé a creer que nuestro encuentro fue algo único e irrepetible, me llegó un mensaje al celular.
-Hola Bruno, soy Jimena. La amiga de Armando. ¿Me recuerdas?-
… ¡Que impacto!
No me esperaba que después de casi un mes sin saber de ella, de pronto se apareciera como si nada.
-Tanquilo tonto, ella no tiene idea de que la estuve buscando durante muchos días. Disimula y sé discreto.- Me dije mientras sostenía el teléfono temblando y pensando en lo que te diría.
Comencé a escribir lento pero seguro.
-Hola Jimena, claro que te recuerdo. ¿Cómo conseguiste mi teléfono?-
Uff… que nervios sentí en esos momentos mientras esperaba que me contestara cada uno de mis mensajes.
-Jijiji, un pajarito me lo pasó. ¿Harás algo hoy alratito?- me preguntaste.
… ¡Dios mío! Recordar lo que pasaba por mi cabeza en esa ocasión, me hace revivir aquellos tiempos.
-Sí. voy a la biblioteca a devolver un libro- Escribí pero no lo envié. -¡¿A la biblioteca?!- Me pregunté riendo nerviosamente mientras repasaba mi texto. Borré la oración y escribí algo menos realista pero más interesante.
-Voy al gimnasio a levantar pesas- Envié.

-Que padre. No sabia que hacías ejercicio. Tal vez te puedo acompañar si quieres- Me dijo casi de inmediato.
-¡Que idiota soy!- Exclamé mientras golpeaba mi frente con el teléfono.
No podía quedar mal con ella. Era la primera vez que la iba a ver sin que nadie más se interpusiera. Era ahora o nunca.
-Ok. Te veo a las 4 en la entrada del gimnasio cruzando la plaza 27 junto al café.- Le respondí. 
Me dejé caer en la cama con los brazos extendidos y con la mirada fija hacia el techo.
Estaba hecho. Era una cita… O algo así.
Todos mis músculos lo lamentarían, con excepción de mi corazón, que estaba listo para levantar al amor sin importar que tan pesado fuera éste.Las 4:00 pm marcó mi reloj. Me encontraba en la puerta del gimnasio con la esperanza de que me dejara plantado. No quería eso claro, pero tampoco quería entrar a fingir que las pesas eran nubes hechas de algodón.
Como sea, tenía que aguantar al menos una hora ahí. Ya luego podría llevarla al cine. Ese era el lugar ideal para pedirle que siempre estuviera conmigo.
-Hola- Escuché detrás de mí. Volteé y miré que sacudía la mano suavemente saludando. Se acercó y me regaló un beso en la mejilla.
-Ho… la- Le respondí mientras sentía sus labios sobre mi piel.
-¿Entramos ya?- Me preguntó ansiosa.
-Bueno- Le dije y nos dirigimos al interior.
Nunca había visto un lugar tan lleno de hombres musculosos, sudados y vanidosos. Me costó creer que no me encontraba en un antro gay.
-¿Con cual máquina empiezas? Me preguntó mientras miraba a su alrededor.
-Am… con… esa negra- contesté y caminé hacia una máquina negra sin tener idea de lo que iba a hacer con ella.
Me senté sobre el extraño artilugio y tomé las cuerdas que sostenían dos piezas de metal que, más temprano que tarde, descubriría que pesaban más que yo.
Las tiré hacia adelante con todas mis fuerzas. Mis ojos se llenaron de lagrimas y mi cara se torno roja. Las piezas se levantaron apenas diez centímetros del suelo.
Cuando las solté, mis fuerzas se habían agotado. La miré y me sonrió levantando ambos pulgares.
-No puedes quedar mal con ella- Pensé.
Hice diez repeticiones más y…-Señor. ¿Me permite este asiento?- Una mujer me pregunta mientras me hace señas para sentarse a un lado mío del bus.
-Claro- Le respondo con mi voz adormilada mientras levanto mi maletín y lo coloco sobre mis piernas.
El bus se orilla y me percato de que es hora de bajarse y dirigirse a trabajar.
Mientras camino hacia la entrada, mi teléfono comienza a sonar. No conozco el número y aún no he llegado a mi oficina. No contestaré.
Ya dentro del edificio, me encuentro con dos compañeros, Paulo y Gustavo que desde hace tiempo se dice que son más que amigos. No sé si sea cierto y no me interesa comprobarlo.
-Hola muchachos- Les digo cortésmente mientras entramos al elevador.
Piso 1… piso 2… mi oficina se encuentra en el décimo sexto piso. Mi lugar es un desastre: Lleno de papeles y notitas amarillas con más nombres y teléfonos que la propia sección amarilla. Todos ellos, por supuesto, de gente distraída al volante.
Me siento en mi lugar, me reclino y comienzo a recordar que no termine la historia que inicié en el bus.
Sonrío y pienso -Jimena… ¿En qué nos quedamos?-
A sí…

Hice diez repeticiones más y me levanté triunfante de aquella máquina. Di unos pasos hacia donde estaba y desperté dos horas después en el hospital.
-¿Qué pasó?- Pregunté mientras me percataba que estaba recostado en una camilla, con una aguja en el brazo e inyectándome un líquido extraño de una bolsa al lado mío.
Ella se aproximó hacia mí y me miró con una sonrisa: -Creo que fue mucho ejercicio por hoy. Te desmayaste y te trajimos hasta aquí.-
El silencio se apoderó del cuarto.
-¿Me trajeron? ¿Quién más vino?- Pregunté confundido.
-Armando- Sonrió.
La enfermera se acercó -Disculpe señorita, la hora de las visitas ya terminó, lamento pedirle que se retire.-
-Sí, está bien- Me miró nuevamente, se despidió con la mano -Nos vemos mañana- y se fue con Armando.
-Su novia es muy bonita joven.- Mencionó la enfermera.
-Sí, lo és- Le respondí mientras miraba hacia la ventana. El atardacer iluminaba mis ojos llenos de lágrimas.

Amaneció.

Mi mirada se centraba en la entrada de la habitación en espera de su retorno.
La puerta se abrió -Buenos días Bruno- me dijo el médico internista.
-Veo que que estás mucho mejor. Debes tener más cuidado, tu presión sanguínea se elevó demasiado por el sobre esfuerzo. Te explico: Durante el ejercicio…- El doctor hablaba pero no me interesaba lo que decía. No era la persona a la que esperaba ver.
-Por lo pronto ya podrás retirarte. Aquí tienes- Me entregó una receta y una caja de pastillas.
-Recuerda tomar una al día.-
-Gracias doctor- Le dije y me dispuse a prepararme para salir.
Caminé despacio por la recepción de la clínica mirando a todas las personas con la esperanza de verla esperándome. No sucedió.
El teléfono no tiene llamadas perdidas ni mensajes nuevos.
Tomé un taxi y me dirigí a mi apartamento.
-¿Hola, cómo estás?- Me preguntó amablemente Cristina mientras subía las escaleras a mi lado.
-Hola Cris, bastante bien, creo. ¿Tú que tal?- Sólo quería conversar con alguien.
-Muy bien, me dieron un aumento y ahora estoy estrenando televisión nueva. Oh, y también me compré un estereo padrísimo. Algún día te invitaré a mis fiestas. Puedes ir a bailar un poco si estás de humor.-
Llegué a la puerta de mi apartamento. La miré y respondí cortésmente -Me encantaría, Cris. Gracias.-
Mmm… Comencé a buscar en todos mis bolsillos. No tenía mis llaves.
-¿Perdiste tus llaves?- Me cuestionó Cristina mientras se acercaba a mí.
-Eso parece- Le respondí mientras seguía palpando mis ropas.
-¿Y por qué no le pides a tu compañero que te abra?-

Cerré los ojos ligeramente y pensé -Yo no tengo compañero.-
-Jajaja, a veces pienso que eres un tonto- Terminó diciendo mientras tocaba la puerta con los nudillos.
Recuerdo haberme preocupado. Escuchaba ruidos adentro. La incertidumbre me invadía con cada segundo ¿Quién rayos estaba ahí?
La puerta se abrió y el hombre misterioso se dejó ver.
-Cielos, Bruno ¡¿Qué haces aquí?! ¿Y el hospital? ¿Estás bien?- Armando titubeama mientras me miraba asombrado.
-¡¿Qué haces en mi apartamento Armando?!- Estaba muy enojado. Era obvio que se había quedado con mis llaves aprovechando mi inconsciencia. Sé que era mi amigo pero me pareció un abuso de confianza.
-Disculpa Bruno, sabes que vivo muy lejos y ayer ya estaba obscureciendo. Nos pareció buena idea venir a pasar la noche aquí e irte a ver hoy más tarde.- Siguió diciendo claramente avergonzado.
Sus palabras se sintieron como espinas en mi alma.
¿Nos pareció? ¿Hay alguien más aquí? Le repliqué mientras lo empujaba para abrirme camino.
Oh no. Sí había alguien más. Y sí, era quien yo creía.
-¡Bruno! Ya estás bien- Corrió hacia mis brazos y me dio un tierno beso en la mejilla.
La sostuve con las manos de la cintura y la alejé suavemente. -Sí, no fue gran cosa, Jimena.-
Estaba dolido. No sabía qué había pasado entre lo dos estando solos en mi habitación.
-Jimena, voy con Armando por algo de desayunar ¿Está bien?- Le pregunté sin quitarle la mirada.
-Ok. Que sea algo rico- Sonrió.
Armando caminó junto conmigo en silencio hasta llegar a la calle hasta que finalmente dijo: -Bro, sé que estás enojado por lo del apartamento, pero en serio que era más fácil para mí quedarme ahí que viajar por una hora hasta…-
-Cállate Armando- Le grité y ambos nos detuvimos. Mi mirada enojada chocaba con su confusión.
Mis gritos retumbaron por los callejones -¿Por qué lo hiciste? Sabías que me gustaba. Sabías que le pediría que fuera mi novia. ¿Qué hiciste con ella ahí dentro?… ¡No, no quiero saberlo!- Mis manos se agitaban mientras daba vueltas sin sentido.
Armando se llevó una mano a la cabeza -Bruno, no sé. Ella me dijo ayer que quería quedarse a dormir conmigo y… las cosas se dieron solas.-
No podía mirarlo.
-Llévatela lejos por favor- Le dije con la voz quebrada.
Él me tomó del hombro -Bro, de verdad lo siento-.
-Vete, no los quiero volver a ver.- En el fondo sabía que todo era mentira. Él era un buen amigo y ella el amor de mi vida. ¿Cómo haces para olvidarlos en un instante? La respuesta corta: No lo haces jamás.

-Disculpa Bruno, tienes una llamada- Me dice una compañera del trabajo.
Me reincorporo rápidamente y finjo teclear algo -Oh si, por supuesto, pásamela- ¿Quién será? Pienso.
El teléfono suena y contesto.
-Seguros «iz» le atiende Bruno Hernández…-
-Hola Bruno. ¿Me recuerdas?-
Esa voz. No puede ser.
-Perdone, habló con muchas personas todo el tiempo.-
-Jajaja, ¿Entonces ya me olvidaste?-
Me quedo sin palabras. ¿Cuánto tiempo ya pasó?

-Hey ¿Sigues ahí?- Me pregunta.

-Sí, perdone- Aún no podía creer que me estuviera llamando.

-Te marqué varias veces a tu celular. Sigue siendo el mismo ¿Verdad?- Me sigue hablando mientras contengo la sorpresa.

Finalmente, me atreví a mencionar su nombre.

-Isabel… Hace mucho tiempo que no sabía nada de ti.-

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